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Un sacerdote mandó pintar un cuadro que representara la Última cena. Se convino en el precio y el religioso anticipó el 50%. Al cabo de tres meses de ardua labor el artista entrega el cuadro al clérigo, quien queda encantado:
"¡Qué bien está San Pedro!. Judas es estupendo; a este otro solo le falta hablar..."
De pronto el cura cambia de color. Cuenta y recuenta el número de apóstoles que se hallan en esa obra maestra. No hay duda: son trece en vez de los doce de que hablan los textos.
De mal modo reprende al pintor su falta de cultura religiosa y amenaza con excomulgarlo. El artista -a quien importan poco la amenaza y la reprimenda- exige el saldo de sus honorarios y promete corregir el error.
A los dos días llega a la iglesia, por correo, el cuadro con una sola modificación: de la boca del cristiano que según el cura únicamente le faltaba hablar, sale un letrero:
Yo no soy apóstol ni soy nada, nomás acabo de cenar
y me largo a la chingada.
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